El Ciervo
Foto de un Ciervo en el bosque

Cuando llega septiembre se puede decir que comienza el año para los ciervos. Al atardecer, empieza un trasiego de reses que se reúnen en las praderas y calveros que se abren entre los árboles.

Los grandes machos de ciervo, presos de un gran nerviosismo, van de un lado para otro desafiando al resto de los machos. Los combates entre ellos son frecuentes y el ruido que produce el violento choque de sus cuernas puede oírse desde grandes distancias.

Al cabo de unos días, agotados por las luchas y las repetidas cópulas, se retiran a la espesura del bosque dejando lugar para que otros machos más jóvenes puedan entonces acceder a las hembras que aún quedan en el rebaño. Los grupos de hembras fecundadas pasan el invierno juntas a la espera de la primavera y con ella los primeros partos. En este momento se separan de la manada para buscar un lugar resguardado donde alumbrar a su nuevo cervatillo.

Los vínculos de la madre cierva con sus crías son extremadamente fuertes, permaneciendo juntos durante todo el primer año y en ocasiones durante el segundo.

En este tiempo, los machos han vivido recluidos en los más profundo del bosque, renovando una cornamenta, que pierden todos los años, y sólo se dejarán ver cuando ya puedan lucir en todo su esplendor sus nuevas astas que nacen recubiertas en su totalidad de una especie de terciopelo y del que se libran restregando frenéticamente los cuernos contra los árboles, preparándose un año más para los tres o cuatro grandes días que les esperan a finales del estío.

Los ciervos se extienden por los bosques de casi toda Europa. Renuevan cada año los cuernos. Se han encontrado esqueletos con los cuernos entrelazados de manera imposible, debido, seguramente, a los violentos combates que tienen lugar durante el celo.


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